viernes, 27 de abril de 2012

Aire frío

Desperté cuando comenzaba a entrar la noche, el viento frío entraba a mi habitación como si fuera un terreno abierto, mi cuerpo envuelto dentro de las cobijas se negaba a iniciar el movimiento, la respiración era tan rítmica que casi podía leerse y la sensación de contacto se clavó justo en el centro de mi pecho. Abrí los ojos, una llamada terminó con la atmósfera de la recámara. Un pitido chirriante que preguntaba si existía un plan nocturno e insistía en salir a bailar, hacer uso de esa presunción mal sana en la que se cree se domina la noche, los instintos y al final no resulta ser sino más que eso en su forma más pura: Necesidad, miedo, deseo. Colgué el teléfono y percibí sobre mi piel las cobijas, me sentía desnuda pero existía esa capa de ropa, estaba ahí, podía verla... pero no estaba. Lo único que me separaba de la realidad había desaparecido sin dejar rastro, la membrana invisible elaborada para que el mundo no logre tocarme se esfumó. Me sentí desnuda y me asustó un poco, me sentí desnuda y quería desnudarme ahí, sola, llegar a la ventana y disfrutar la suave mano del aire... pero no lo hice. Me quedé echada en mi colchón y viré para mirar el techo, ahí estaba, como siempre, con la amenaza eterna de aplastarme, de caer como me cae el cielo cada que me descubre sin un disfraz, esa mirada acusadora que no soporto y me obliga a cubrir la membrana con otra piel y otras ideas, esa muralla infranqueable que para hacerse más fuerte debe aprender a camuflarse con mi propia esencia. Así que no me moví, no me he movido, continúo esperando que me caiga el techo, que deje de correr el aire, que no me de miedo que me vea el cielo y que se me olvide la capa de invisibilidad inútil. Estoy esperando que pase por lo que no lucho, estoy perdiendo mi tiempo solicitando un cambio sin elevar mi voz y sin agitar mis manos. Estoy aquí sin estar, conmigo.

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